jueves, 2 de abril de 2015

El guayabo del desarraigo. Por: Adriana Ciccaglione

(una hermanita mia me lo recomendó y lo comparto con ustedes)

octubre 19 by adricicca

Por: Adriana Ciccaglione
@adricicca

En un sobre, de esa forma me entrega una amiga de mi hermana Vincen unas medallas que nos ha enviado. Envueltas con cariño, así viaja ese sentimiento de los venezolanos que decidieron emigrar a otro país. Ya no hay chance para regresar, ya la geografía quedó atrás. Los afectos no, es imposible, pero ni la tecnología ni esos amigos viajeros pueden suplantar el abrazo del ser amado.

Así comenzó este 18 de octubre, lleno de nostalgias por aquellos que decidieron llenar sus maletas con expectativas mejores a las que ofrece Venezuela.

Tomo el celular entre mis manos y le intento mandar un mensaje de voz de feliz cumpleaños a mi mejor amiga quien se encuentra en Buenos Aires. Comencé muy bien, el final estuvo complicado… se me quebró la voz, empecé a llorar. Es inevitable, era una fecha para celebrar y la distancia siempre tan impertinente me recuerda una y otra vez que nos separan kilómetros. ¿Alegrarme por sus triunfos y éxitos? Si claro, pero así de lejitos, me falta la complicidad, los minutos robados a nuestros empleos para tomarnos un café y ponernos al día. Me falta eso y mucho más.

En la tarde, se me ocurre bromear con un amigo sobre sus gustos musicales. Le encanta Silvio Rodríguez, a mí también. De música y anécdotas juveniles, pasamos al tema ineludible: el país se nos cae a pedazos ante nuestros ojos. Una noticia me espabila, se va para Bogotá. Deja todo, se lleva su afecto más seguro: su hijo. Una frase abruma la conversación, “aún no logro aceptar lo que estoy haciendo”. Y es que irse no es sinónimo de querer hacerlo. Es una decisión, que en este caso se ha convertido en un mandamiento para millones de venezolanos.

Leonardo Padrón en su crónica Fragmentos de una montaña rusa dice: “La vida cabe en dos maletas. Eso ha comprendido un millón y medio de venezolanos en los últimos años. Cuando decides abandonar el país tu vida se reduce a dos simples maletas. No hay espacio para el apego. Sería exceso de equipaje”.

No hay espacio para el apego para aquellos que se van, y quiénes nos quedamos tampoco tenemos derecho a ello. La nostalgia no cabe en dos maletas, tampoco la soportamos quienes tenemos que despedir a aquellos que más amamos. Al parecer el éxodo se convirtió en una epidemia incurable.

Intento evadir la tristeza, pero ya era muy tarde, me había invadido por completo. Comprendí que los tacones y el ron no son buena mezcla. En la madrugada el insomnio me recuerda que al guayabo del desarraigo no le importa la hora, está allí en un pensamiento voraz.

Finalmente las lágrimas decidieron emprender su camino. Me surcaron las mejillas, se deslizaron por el cuello y hasta las tetas se me llenaron de hiel.

La amargura del hasta luego es inevitable, independientemente de las promesas que se escuchan: ‘Vengo en diciembre’, ‘avísame cuando vayas’, ‘te guardo el sofá’. Eso no es suficiente, para quienes permanecemos anclados al país de las despedidas.

El adiós tiene un sabor particular, indescriptible en palabras. En sentimientos sobran las acepciones. Se trata de un hecho que comienza con la decisión de partir y no termina nunca, ni siquiera con la ventanilla del avión empañada.

Ante la desesperación de un país que se nos va, los venezolanos nos convertimos en alquimistas del desarraigo.


Fuente: 

Ciccaglione (2015), El guayabo del desarraigo. Recuperado el 02 de abril de 2015, Disponible en linea en https://adrianaciccaglione.wordpress.com/2014/10/19/el-guayabo-del-desarraigo/

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